miércoles, 8 de febrero de 2012

Invitada de hoy: Salome Wolosky.

Después de 15 años sin verlas, el martes me reencontré con la Vero Cipelli y Chochi, amigas del primario y parte del secundario. El “la” en este caso no es sólo un articulo, hace para mí las veces de reconocimiento, no cualquiera es “la”, puede ser, Jorgelina, Patricia, Vanesa, pero “la” son pocas, contadas con los dedos de los pies, el “la” se gana, nunca se regala. Con La Vero, somos amigas por facebook desde hace un par de meses. Noté en sus fotos que no se ríe, parece feliz, pero siempre está con una mueca rara, tuerce el labio superior hacia la izquierda constantemente, eso hace que toda su boca aparezca en la foto con una inclinación notable. Me resultaba gracioso, tiene muchas fotos y en todas esa mueca particular. Más de una vez pensé decírselo, al menos en chiste, esa forma que a los extraños, los que no son yo, no cae bien, me abstuve, me propuse que en nuestro reencuentro prestaría atención al detalle, di por sentado que era algo de coquetería, una postura que copian algunas mujeres de otras que salen por televisión, suponen que eso las hace más apetecibles, sexys. Durante el reencuentro, mientras charlábamos, pude entender su insistencia por la no sonrisa, le faltaba un premolar, sé de dientes porque mi primer “la” era, es odontóloga, la Silvia, mi primera mujer. Que falte un diente, en el lugar donde me crié, el de Don Jaime, mi papá, es lo peor que puede suceder, un sacrilegio. La falta de dientes implica no poder pagarse un implante, no tener. Impensado para alguien como yo, que muchas veces sólo tengo. No cuidarse, no cepillarse, así es el prejuicio, no tener dientes es la decadencia, más bajo un ser humano no puede caer. No se puede ser feliz sin dientes, no se puede “ser”, eso había aprendido. Nos obstinamos en ocultar y, mientras lo hacemos, más nos exponemos, a pesar de eso, sigo intentando que no se note lo que sobra que falta. Este acontecimiento de la no sonrisa, me llevó a otro de dientes, cuando tenía 15 años, la mitad que ahora, Laura, que no es “la”, me invitó a la peregrinación de Luján. En ese momento en el mundo de Don Jaime, el mío, había una mucama, porque las palabras son crueles o como diría el Don, ¿cómo querés que le diga?, si es mucama. Si ella es mucama, ¿él que es?  ¿Y yo?. La mucama de ese momento en casa, que siempre fueron pedacitos de madres, se llamaba “la” Mirta y tenía una hija de mi edad, no recuerdo su nombre, esos datos no eran importantes. Una mañana mientras “la” Mirta mucameaba, comenté sobre la futura travesía hacia la capital de la fe, dijo que su hija quería ir también, pero no tenía con quien, en dos minutos arreglamos que podría unírsenos a Laura sin “la” y a mí sin. Pero unir no es fácil, compartir tampoco, más cuando uno no sabe. La cita era el sábado de madrugada, sonó el timbre, baje, abrí la puerta y vi a la hija de mi pedacito de madre, la que me hacia la leche, escuchaba mis naderías. No la recuerdo mucho, sé que era una chica, como yo, no como yo, a ella le faltaban las dos paletas. Fue imposible apartar la vista, la ausencia volvía en forma de no dientes. Ocurrió, se me ocurrió, fue inevitable enfrentarme a lo desconocido, lo otro, de la peor manera, eso atravesó mi vida, aún duele, porque soy la hija de Don Jaime, y una mucama, otra, María, que no conozco, pero es parte de mí y llevo su ausencia, la falta, como las palabras del Don, yo un intento de Doña, que no quiere ser lo que le enseñaron, le dejaron, ni lo que muchas veces es no siendo. La vi, me sonrió, porque en su mundo se ofrecían sonrisas, como las que me regalaba su mamá, no sé compraba nada, le dije, disculpame, lo cancelé, me peleé con mi amiga, no voy a ir. Se me debe haber notado, como se me/nos nota todo, aún cuanto más nos esforzamos en ocultar. Con una mueca que en ese momento no entendí, pero que ahora me ahoga de angustia, sin rencor, sin odio, sabiendo lo que ocurría, dolida, pero segura de que la falta era mía, dijo, no pasa nada, me vuelvo a casa. Vi en sus ojos lo que llevaban los míos, aun llevan, que después y ya antes había sentido, sé nota, intento tapar, llenar, vaciar, desprecio. Despreciándola me despreciaba, pero no es difícil para mí, eso lo tuve siempre, sobra.
Al final fui a Luján, perseguida, ocultándome, con miedo de encontrar a la nena que había herido de muerte, porque no hace falta clavar profundo para lastimar, como aquella herida que me hice una tarde bajando de un camión abandonado, donde me corté la mano, aún llevo la cicatriz como trofeo, que limpió, curó y hasta besó “la” Mirta, una de las tantas mucamamá, que me enseñaban en el mundo de Don Jaime, que el amor era posible, me era a mí. Con la Vero volví a esa herida que llevo conmigo, como el fantasma de Don Jaime y no hay día que pueda olvidarme de Él, de ella, de mí que también puedo ser eso y me aterra eso que soy. “La” Mirta nunca me lo perdonó, porque ella era un pedacito de madre para mí, pero era madre entera de la otra, tampoco me perdoné.



6 comentarios:

  1. Muy buena la cronica yesi,me gusto muchisimo, muy emotiva y se llena de recuerdos, leerte es una agrado, gracias por compartir estas cosas que aunque no conozcamos a quien te estas refiriendo, en mi caso me llega al corazón.

    Que estés bien.


    Besos

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  2. agradezcamos a Salome Wolosky que es quien escribió esto .

    un beso Mer .

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  3. muy bueno, felicitaciones a la autora, que tiene un camino a recorrer a través de otras historias que seguramente nos irá dando a conocer,

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  4. muy buen relato, y felicitaciones a la autora , de la que esperamos conocer más historias,

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  5. Gracias Salome! me encanto. Me pone muy feliz que el club siga recibiendo a nuevos amigos. Bienvenidos. vuelvan pronto!

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