sábado, 28 de mayo de 2011

El hombre que podía recordar sus vidas pasadas

Atención: se revela toda la trama !

En la oscuridad de un paisaje selvático caracterizado por un verde profundo, se adivina la figura de un buey fantasmal. Los ruidos, sutiles y variados, contribuyen a crear una atmósfera irreal, como de ensueño. En la pantalla, aparece un ser humano en escena. Por su aspecto, podría pensarse que se trata de un salvaje, un hombre primitivo. Este personaje busca al buey, al que finalmente encuentra y ambos desaparecen de escena. Luego, dos ojos rojos luminosos, desde una extraña figura antropomórfica apenas adivinada, miran directamente a la pantalla. Aparecen los títulos. Bienvenidos al viaje.


El coche avanza lentamente por el camino pavimentado. Desde las ventanillas, se observa el paisaje rural. Tong y su tía Jen se instalan en casa de Boonmee, a quien han ido a visitar. Es una tarde agradable. Jaai, inmigrante de Laos, oficia de enfermero de Boonmee, afectado de una dolencia en los riñones. Tong prepara especialmente la cena para Boonmee. Mientras cenan, bajo la pálida luz de un farol, un espectro hace su aparición, de manera gradual, hasta hacerse del todo visible. Es el espíritu de Huay. La hermana mayor de Jen, muerta hace 19 años. Luego de la sorpresa inicial, admiten la presencia de Huay con naturalidad y continúan cenando.


Un misterioso sonido proveniente del bosque que los circunda capta la atención. Desde la lejanía advierten dos ojos rojos luminosos desde una figura antropomórfica que lentamente se acerca hasta ellos. Se trata de Boonsong, el desaparecido hijo de Boonmee, convertido en un mono fantasma. Boonsong se sienta a la mesa y confiesa que los espíritus del bosque presienten la enfermedad de Boonmee. Luego, pasa a relatar cómo fue su transformación. Todo comenzó por su afición a la fotografía. En cierta ocasión, toma por azar una foto en donde capta la presencia de un mono fantasma, luego se obsesiona con estas criaturas y tras una sostenida búsqueda, acaba apareándose con una de ellas y, consecuentemente, se transforma en un mono fantasma.


Boonmee comparte con su familia unos viejos álbumes fotográficos. Tong cambia la luz para que no afecte los sensibles ojos de Boonsong. La atmósfera es completamente irreal, onírica. La velada es interrumpida por Jaai, quien anuncia que ya es hora de que Boonmee se someta a sus cuidados médicos. La reacción de Jaai ante tan peculiares invitados primero es de sorpresa e incredulidad, pero luego es de un resignado y tierno respeto. Levantan la mesa. Se van a dormir. A la mañana siguiente, Jen duerme y Huay permanece a los pies de su cama, posiblemente ha velado toda la noche por ella. Finalmente, desaparece.


Escenas diurnas de la vida en la granja. La recolección de tamarindos, el cultivo de miel. Jaai tiene que viajar a Laos. Quizás Jen deba hacerse cargo de cuidar a Boonmee. En una choza, al refugio del sol, Jen conversa con Boonmee, quien sospecha que su enfermedad es el resultado de su karma. Se siente culpable por haber matado comunistas. Jen le dice que todo depende de la intencionalidad con la que se hayan perpetrado los actos. Boonmee, según el punto de vista de Jen, no es un asesino. Simplemente se vio forzado a matar dadas las circunstancias. Atardece.


Por la noche, una pequeña procesión atraviesa el bosque. En un carruaje permanece una princesa, que es llevada hasta una montaña de las que surge un arroyo, a cuyos pies se forma un lago. El reflejo de la princesa en el agua devuelve una imagen de juventud. El reflejo es una ilusión. Uno de sus súbditos besa a la princesa, pero el beso es falso. Ella sabe que su súbdito imagina besar a la mujer del reflejo. Le pide quedarse a solas con el lago. Se arrodilla, llora, canta. Un pez parlante le pide que comparta su dolor. El pez asegura sentirse atraído por su belleza. La princesa se sumerge en el lago y se abandona a un estado de éxtasis sexual con el pez.


Jen y Tong miran la tele. Huay cuida de Boonmee. Luego, Boonmee anuncia que siente que ha llegado el momento de partir aunque ni él mismo sepa hacia dónde. Emprenden un camino a través del bosque, hasta llegar a una caverna. La oscuridad es casi total. Las linternas refractan la luz de una manera extraña, tras reflejar un peculiar brillo natural que probablemente proviene de algún mineral presente en las paredes de la cueva. La oscuridad y el silencio son casi totales. Esta cueva es como un útero, dice Boonmee. Yo nací aquí, en una vida que no recuerdo.


Mientras tanto, en la pantalla se suceden fotografías de jóvenes militares, dando caza a lo que parece ser un hombre disfrazado de gorila. La voz de Boonmee relata el sueño que tuvo anoche. Un sueño del futuro, adonde viaja en una máquina del tiempo. La ciudad del futuro es gobernada por una autoridad que puede hacer desaparecer a cualquiera. Cuando encuentran a gente del pasado les apuntan con una luz. Esa luz proyecta imágenes de ellos sobre una pantalla. Cuando aparecen esas imágenes, la gente del pasado desaparece. Entre la sucesión de imágenes de jóvenes militares, se intercalan otras de jóvenes modernos tirando piedras. Luego, el hombre disfrazado de gorila parece haber hecho las paces con los jóvenes militares. Todos sonríen a la cámara.


Es de día en la cueva. Boonmee ha muerto. Escena de un Templo Budista. Réquiem por Boonmee. Luces artificiales. Ventiladores de techo. Signos evidentes de la ciudad. Cae la noche. Tong, en su nuevo rol de monje, no consigue conciliar el sueño. A través de la ventana, observa el paisaje bucólico, detrás de lo que parecen ser dos puertas flotando en el aire. Mientras tanto, en una habitación de hotel, Jen hace cuentas junto con Roong, su sobrina. Golpean a la puerta. Es Tong, que ha decidido visitarlas. Tong confiesa sentir miedo en el templo. Jen bromea que tal vez es demasiado puro para él. Tong toma una ducha tibia. Deja a un lado sus ropas de monje.


Al salir de la ducha, propone ir a comer. Jen acepta, pero Roong no tiene hambre. Los tres se quedan mirando el televisor, como si estuvieran hipnotizados. Hasta que Jen insiste con ir a comer. Antes de abandonar la habitación, Tong puede verse a sí mismo y a su tía Jen, que todavía permanecen frente al televisor. Se han escindido o duplicado en dos realidades paralelas y simultáneas. En el restaurante al que han ido a cenar, suena una tranquila melodía pop hasta que la película toca su fin.


Si no es la película más alucinante que vi en mi vida, se le parece mucho. No es necesario comprender racionalmente lo que vemos para dejarnos seducir. Toda la película es absurda como un cuento de hadas, como un sueño. Habría mucho para decir, sin agotar jamás las múltiples interpretaciones posibles. Me gusta mucho lo que dice Leonardo D’Esposito en el último número del amante al respecto de la película: “Podemos gozar de su belleza sin tener que preocuparnos de su sentido narrativo”. Sabias palabras.


La percepción del paso del tiempo es clave en la película. A mi entender, es una invitación a ampliar la percepción del paso del tiempo, con todo lo que implica. Ampliar esa percepción hasta llevarla a un terreno que todavía no existe y que es necesario inventar. La película es una invitación a perder pie, como cuando Boonmee está en la caverna y siente nostalgia de cosas imprecisas. Siente nostalgia por una vida que no recuerda.


La invitación es sugerida en un tono amable y sosegado y se vale de ciertos recursos como la capacidad que tiene el director de convertir en enigmáticos objetos cotidianos. Es necesario romper con el verosímil para animarse a imaginar. Luego, todo parece deformado como a través de un prisma onírico. Todo el relato parece ser contado desde un universo alternativo. Todo transcurre como en un sueño de una belleza cálida. En otra nota del mismo número del amante, dice Juan Lima: “El hombre que podía recordar sus vidas pasadas funciona un poco a la manera en que los recuerdos nos vienen a la mente; de modo aleatorio, pero con cierta lógica (aunque ésta nos sea inasible)”.


En ese sentido, me parece que la película contiene la problemática de la necesidad e imposibilidad de dar cuenta de lo inasible. La disrupción de la lógica tradicional en la sucesión espacio/temporal. La hibridación, lo elusivo, lo mutante late detrás de cada escena. Si lo real es inasible y la descripción de lo real es siempre una aproximación, no queda más remedio que abandonarse a la epifanía cosmológica de una confusión espacio temporal simultánea y permanente.


No creo que haya que saber mucho de mitología Tailandesa para entender la película, sino mucho de cine para poder captar los recursos del director para dar cuenta de esa multiplicidad panteísta, expresada a través de la multiplicidad de géneros. En la película hay una numerosa sucesión de registros atmosféricos que remiten a casi todos los géneros cinematográficos. Es necesario poseer un conocimiento de esos géneros para poder advertir su sucesiva aparición o referencia. La película incluye elementos que van desde el cine bélico hasta la ciencia ficción, pasando por el melodrama, el suspenso, el terror y la comedia.


Toda la película es un ejercicio virtuoso que plantea la confusión temporal, la multiplicidad de registros y referencias a los distintos géneros cinematográficos. Postula la hibridación y la mutación narrativa. Es, a fin de cuentas, una película muy espiritual que debe ser percibida más que razonada. Su carácter inmersivo contribuye al abandono del mundo de la razón. Toda la película es una invitación a un viaje alucinante. Depende de la sensibilidad de cada espectador ser capaz de realizarlo o no. Bienaventurados los que consiguen conmoverse.




2 comentarios:

  1. ¡¡¡¡Excelente tu comentario, Luciano¡¡¡¡ Aunque son muy diferentes, a mí me hizo pensar en La canción más triste del mundo de Guy Maddin. Esa película me descolocó, aunque se mantiene dentro de los parametros occidentales

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